UTOPÍA
"¡Qué temprano es hoy!-Grita David mientras coge su chaqueta- ¡Mami, me voy con mis amigos a jugar, vuelvo a la hora de comer!
-Vale David, no te retrases, que ya sabemos tú y yo cómo eres con tus juegos…
“Hoy hace un día soleado, sí y muy bonito. Las abejas estarán muy contentas. Voy a pasarme por el parque para saludarlas. Seguro que se alegran de verme.”-pensó mientras se acercaba al parque que a él tanto le gustaba-¡ Hola chicas, Cómo estáis?
-¡Bien, David! Trabajando como siempre, hoy es un día duro, pero tendrá sus beneficios.- Le respondió una abeja mientras transportaba polen de un lado a otro.
-Vale, que tengas una buena jornada.-
Y David se alejó dando brincos mientras cruzaba el parque. Rebuscó en una bolsa de caramelos que había y sacó uno de frambuesa, era su preferido.
Se quitó su chaqueta tejida en hilo de oro y la dobló cuidadosamente en su brazo mientras se comía el caramelo sentado en un sillón enorme de terciopelo en el paseo del parque. Una elfa, se acerco a él y le dijo:
-¿Perdona, tienes fuego? Es para calentarme un poco, mira como estoy- y la elfa se señalo todo el cuerpo con la mano.
-Es verdad, que tienes que estar cogiendo frío, no, no tengo fuego pero toma – y le acercó su chaqueta- puedes quedártela.
-¡Quita eso de mi vista!-y le dio un manotazo a la prenda de ropa- Críos.
David pensaba que como podía hacerle semejante desprecio a él, a su príncipe, pero prefirió perdonarle, y la elfa se fue con un pronunciado movimiento de caderas.
Siguió comiéndose su caramelo mientras salía del parque y tomaba camino a la calle. La gente lo miraba con mala cara y cuchicheaban.”Sería por envidia, por lo bien vestido y la casa tan bonita que tengo” -pensaba David- “incluso han llegado a echar desperdicios alrededor”. ¡Como les gustaba a las personas decir calumnias de su familia!.
Entonces, David dejó caer su caramelo, cuando vio, vestidos de negro, a una especie de persona, mitad cabra, mitad hombre con orejas anchas y puntiagudas, ojos azules como el color de su piel y marcas en su cara. Un cuerpo esbelto y con cola. En la cola llevaba anillas, seria una especie de identificación. Y de su barbilla, colgaban dos tentáculos, los rostros de esos dos “hombres” se dirigieron a David y entonces él echo a correr.
Su madre siempre se lo decía, había que correr de los Drineis, ellos eran el adversario, crueles y perversos se lo llevarían al subsuelo, a su prisión, tenía que correr, correr, correr….
Entonces, David se quedó quieto, y un gran dragón con la boca abierta, y con ojos luminosos, se acercaba hacía él.
-¡Bien, viene a salvarme!- suspiró David con todas sus fuerzas.
Y quieto se quedo, entrelazando mirada con los Drineis y con el dragón. Viendo como la cara de los seres extraños se cambiaba de expresión y se echaban las manos sobre el pelaje. “eso, lamentaos por no cogerme, pero no será esta vez, cuando me vaya con vosotros”- pensó el niño.
Entonces el gran dragón de color azul chocó contra él.
Y efectivamente, lo había salvado de los Drineis.. El niño rápidamente corrió hacia la puerta que veía al final. “¡El dragón me había ayudado! Se lo agradeceré por encontrarme una salida de esos malévolos. Y el niño escapó, quedo libre.
Martes catorce de noviembre, una mujer con los ojos rojos e hinchados escuchaba, serenamente, lo que le decían, los policías:
- Mire señora, nosotros hicimos lo que pudimos. Cumplimos nuestro deber, cuando vimos al chico en horario escolar en la calle, quisimos cogerlo para llevarlo al colegio. Era su deber, y no me lo niegue. Ya sé que usted y su hijo son pobres y sobreviven en muy malas condiciones, y siento mucho el accidente. Sabemos que llevaba en la calle un par de horas. Ya le hemos relatado como sucedió todo, después de preguntarle a los presentes y a entidades.
Entonces, para sí misma, María se relató lo que le habían contado los policías:
“David, salió de casa y se dirigió a un parque no muy bien visto. Una señora le vio hablar solo, ante las flores. Luego un matrimonio lo vio rebuscar en una basura, hasta que encontró algo que llevarse a la boca. También tomaron datos a una prostituta que pasaba por allí, y dijo que sí, que se acercó a él para pedirle fuego, David le ofreció su chaqueta con boquetes, que días anteriores recogimos en la basura, ella le hizo un gesto obsceno y le dejó. El siguió su camino, entidades de la calle lo vieron andar, mal vestido y algo mugriento -¡Qué le importaba a la gente como iba su hijo, ellos eran felices juntos! No todo el mundo podía tener riquezas.- Entonces David vio a una pareja de policías, y corrió, tal y como yo le tenía enseñado. Se quedo parado en medio de la carretera mirando un deportivo que se acercaba a toda velocidad y a los policías, con una sonrisa. El coche no pudo frenar a tiempo, y arrolló a mi hijo, falleció en el acto. ¿En qué pensabas David? ¿En qué mundo vives?... me has dejado sola, aunque, en nuestras condiciones, era lo mejor que podías hacer, ahora estarás mejor, tú, en tu mundo”
Y María salió del cuartel de policía con la chaqueta de David en la mano, dirigiéndose a su chabola."
VACÍO AMANECER
Con manos temblorosas, le doy otro sorbo al café y sin tan siquiera percibir si está frío o caliente sigo leyendo el periódico.
“Al parecer fue un suicidio, pues las únicas huellas que se encontraron en el arma fueran las del acuchillado.
Según la declaración de su pareja, la reconocida escritora Nora Fernández y testigo principal, el joven llegó en muy mal estado a su casa, a altas horas de la noche, y le entregó unos documentos. Cuando la escritora leyó los documentos el presunto suicida sacó una navaja, y se la clavo a sí mismo, cometiendo un homicidio contra su propia vida.
Todavía se desconocen las causas del presunto suicidio y el contenido de dichos documentos, ya que están bajo inspección policial.
Lo que sí está claro, es que esta extraña historia no deja indiferente a nadie, y muchos reporteros de nuestro periódico la investigan paso a paso.
Se publicará más información en el próximo número.”
A lo que seguía una lista de nombres, de la gente encargada del reportaje.
Leer eso es como leer la sinopsis de una película. No me expresa nada, es una versión demasiado inexacta, demasiado insuficiente.
Faltan miradas, miedos, sentimientos.
Dejando caer la taza al suelo rompo a llorar, y escondo el rostro entre las manos.
Es culpa mía, después de todo lo que habíamos pasado juntos... todo ha acabado, por mi culpa.
Si hubiera sido más comprensiva, quizá…
“Era de madrugada y llovía.
El murmullo del viento hacía crujir la casa, un pequeño adosado a las afueras, en una zona tranquila. Las ventanas aullaban y yo no podía dormir, así que bajé al salón y me preparé un vaso de leche caliente, algo que siempre solía servirme (acompañado de unos sedantes, para que negarlo) para calmarme el maldito insomnio.
Miré por el cristal de la cocina, era una tormenta fea, las gruesas gotas golpeaban con rabia el suelo, como desquitando el dolor que provoca un frío desengaño.
Cerré los ojos, llevándome por el murmullo del aire gélido, acompañado por la acompasada marcha de la lluvia, un sonido de noche, soledad y silencio.
El ruido del microondas desentonaba completamente, así que lo apagué, y me olvidé de la leche por un momento para seguir arropándome con la calidez de la tormenta.
Y entonces, sonó el timbre, con furia, buscando mis oídos por cada rincón de la casa hasta hallarme en la cocina. El sonido pareció sonreír, y se introdujo en mí, anunciando que había alguien en la puerta.
Le hubiera dado las gracias, pero me interrumpía el espectáculo, así que sin pensar que iba prácticamente desnuda, y que eran las tres de la madrugada, fui a abrir.
Ni me digné a mirar por la mirilla, estaba como en mi mundo.
Abrí la puerta, que rugió, agradecida, y aparecieron ante mí los ojos de Daniel.
- Hola – me dijo, con ese tono de voz parsimonioso y suave - ¿Puedo pasar?
Le sonreí, a modo de asentimiento.
- Adelante – le dije acompañando mis palabras con un beso en la mejilla.
- No sabía si venir, es muy tarde – se disculpó, cuando pasamos al salón - ¿Te he despertado?
- Tranquilo, el maldito insomnio no me dejaba dormir – le aclaré.
Su boca sonrió, pero sus ojos seguían tristes, vacíos.
Daniel y yo llevábamos siete años de relación, prácticamente desde que éramos unos críos. Él vivía en mi casa, pero su padre había fallecido hacía apenas un mes, y ahora vivía con su madre. Nuestra relación era fuerte, juntos habíamos superados muchos baches, como que mi familia no aceptara lo nuestro, o mi incapacidad para tener hijos.
Pero desde el fallecimiento de su padre, Daniel no era el mismo, se veía indiferente, inexpresivo, como si toda la vitalidad que antes controlaba sus movimientos se hubiera ido, dejando un cuerpo vacío, triste y con mucho miedo.
Yo sabía que tenía que darle tiempo y estar ahí, para lo que fuera, pero me resultaba doloroso verlo sufrir de esa manera.
- ¿Estás bien? – le pregunté, obviamente preocupada.
Daniel se encogió de hombros, entre “no lo sé” y “no me importa”
- Quería pedirte un favor – dijo, cuando nos sentamos en el sofá.
- Claro – dije, intrigada.
Se pasó la mano por el pelo, distraído.
Movía sus ojos pequeños y tristes de un punto a otro de mi salón, sin fijar la mirada.
- Quiero que leas una cosa – dijo, con voz rota.
Entonces me fijé en que en sus manos había una carpeta azul, de las típicas.
- ¿Qué es eso? – pregunté.
- Algo que he escrito… y que me gustaría que ayudases a publicar – dijo, mirándome
- ¿Puedo? – le dije, señalando la carpeta.
- Mejor te lo leo yo – comentó.
Yo asentí, expectante, y por un momento el silencio se apoderó de la sala.
Entonces, empezó a leer.
“Todo empezó cuando vi sus ojos oscuros, cuando olí el aroma de su pelo, cuando acaricié su mejilla, cuando escuché su voz y cuando probé el sabor de sus labios; por primera vez…”
Mis cinco sentidos se entregaron a aquel relato, con ímpetu, y no pude evitar cerrar los ojos.
Su voz melodiosa se acoplaba perfectamente a cada palabra, dándole la intensidad y la rapidez justa a cada frase. Ese sentimiento que me transmitía se apoderó de mí, e hizo que me olvidará de todo lo demás.
A medida que la obra avanzaba, me di cuenta que no contaba otra historia que la mía con él, nuestra “historia de amor”, por llamarlo de alguna forma.
Entonces el sentimiento se alteró, y mutó hasta transformarse en uno completamente opuesto.
La historia dejaba a la luz no sólo todas nuestras intimidades, sino sus pensamientos en cada momento, y lo míos.
¿Había dicho que quería publicarla? Hacerlo significaba exponer a ojos de desconocidos y periodistas una parte de mí. Y mucho peor, a todos mis conocidos.
Era perturbar mi intimidad, interrumpir mi privacidad.
Romper el ciclo de la complicidad entre él y yo, destruir lo bonito del secreto.
Era como viajar a años luz, como ir aún universo paralelo, y encontrarte con una nueva persona, un nuevo hogar, un nuevo mundo.
Mis pensamientos se entreveraban y se desplegaban en mi cabeza, mientras Daniel seguía leyendo, con los ojos brillantes.
Cuando acabó eran las seis menos cuarto de la mañana. Él no había hecho ningún tipo de pausa y yo no había hecho ningún amago de sueño.
Mi mente ya repelía la novela, el simple miedo llegó a convertirse en puro instinto, en unas cuantas horas.
Me miró a los ojos, sin sonreír.
- ¿Qué te ha parecido? – murmuró.
- Pues, no está mal – mentí – pero… no creo que lleguen a publicártela. Las editoriales buscan cosas nuevas, originales, y no creo que ese tipo de novelas llegue a gustarles. Pero puedo preguntar en algún otro sitio, si quieres.
- No te ha gustado – comentó, con cierta frialdad – Dímelo y basta, no disimules de esa forma.
Me sentí como una niña, pillada en mi propia mentira. Pero, ¿qué podía hacer? De repente, la ira se apoderó de mí, sin previo aviso.
- Pues sí, no me gusta nada – comenté, sin ser consciente de mis palabras ni del duro tono que estaba empleando- ¿Has pensado en todo lo que me perjudicaría publicar eso?
Él me miró y por un momento no añadió nada.
- Vaya, no lo había pensado de esa forma – susurró, y en su voz había algo peligroso.
- Lo siento – le dije, con un tono suave.
- No, no tienes nada que sentir – sonrió forzadamente.
Me acerqué más a él, y le cogí la mano, mirándolo a los ojos.
- Dani – dije, intentando que me mirara, fracasando en el intento – Sé que lo estás pasando muy mal, y que en este momento lo menos que quieres es que te dé la paliza. Pero, tienes que intentar seguir adelante, irlo superando. Tu padre no va a volver porque tú te pongas mal. Es más, estoy segura de que a él no le gustaría que sufrieras, le gustaría que levantaras cabeza, y intentaras ser feliz.
Su mirada se clavo en mis ojos.
Me estremecí, porque era una mirada inerte, tan vacía que no parecía haber alma tras esas pupilas.
- Sólo queda frío – dijo, como adivinando mis pensamientos.
- No digas eso - le dije, con voz titubeante.
Pensé de nuevo en la novela, y pensé en que quizá le haría bien publicarla, sería como una fuga, un subterfugio a la luz.
Pero volví a ser presa del pánico y recordé todo lo que publicar eso significaba.
Estaba segura de que Daniel lo superaría, era fuerte, y de todas formas la muerte de su padre todavía estaba reciente.
Me aferré a esa idea, viendo lo que quería ver, pensando lo que quería pensar.
- No me queda nada – dijo entonces Daniel, como para sí.
- ¿Qué dices? – Le reproche – No estás solo, Dani, yo estoy contigo.
Se quedó mirándome, y luego sonrío.
Entonces me besó, de forma brusca y violenta.
Cuando se separó de mí, y me miró con una sonrisa vacía sentí verdadero terror.
Quizás en el fondo, sabía lo que me iba a decir, en el fondo, quizás sin admitírmelo a mí misma lo llevaba intuyendo desde hacía tiempo.
Podría haber susurrado yo las palabras que salieron de su boca.
- Tú ya no puedes llenarme.
Pero no las pronuncié yo, sino él, y me pilló por sorpresa que a pesar de saber cuáles serían sus palabras, me dolieran tanto.
Era como un polluelo al que dejaron abandonado justo antes de romper el cascarón.
Es como todas esas fotos de ese amigo que se fue, guardadas en una caja. Las fotos están ahí, pero al final ya no importan.
Mi alma se rompió en mil pedazos y me abandonó a mi suerte dejando tras de sí una estela plateada.
Aparté la mirada, para que no viera que los ojos se me habían llenado de lágrimas, pero él me alzó la cara, dirigiendo mi mirada hacia sus ojos.
- Nada puede llenarme ya – me explicó, y había tristeza en su voz – Estoy roto, y nada puede reponerme.
- Déjame intentarlo – le rogué yo.
- Lo has intentado, y te lo agradezco – repuso Daniel – esto era lo último – señaló la carpeta – y ni eso sirve para nada.
Se puso en pie, de un salto y extrajo algo de su abrigo.
Cuando me di cuenta de lo que pasaba Daniel caía al suelo, con una navaja clavada en el pecho.
- ¡Daniel! – grité, haciéndome daño en la garganta - ¡Dios mío que has hecho!
Él miraba la navaja, clavada en su cuerpo.
Me arrodillé a su lado, de un salto.
- No hagas esto, por favor, no puedes morirte, te necesito – le rogué.
Dirigió su mirada a mis ojos.
- Lo siento – susurró, y tosió, escupiendo sangre.
Entonces reaccioné.
Aún había solución, tenía que pedir ayuda.
Me lancé hacia el teléfono y marque con violencia el número de urgencias.
Gritando les dije lo que sucedía, y farfullé mi calle antes de soltar el teléfono y dirigirme de nuevo a Daniel.
Le cogí la mano.
- Tienes que aguantar, hay una ambulancia de camino – le dije.
Él negó con la cabeza.
- No – dijo, solamente.
- Por favor Dani, no te vayas ahora – le imploré llorando, mientras le cogía el rostro entre las manos.
Estaba frío, demasiado frío.
- Lo siento – repitió y tembló con violencia, escupiendo más sangre
Su cuerpo quedó rígido, y la luz escapó lentamente de sus ojos.
Le besé, en la boca, manchándome los labios con sangre, y al sentir que sus amoratados labios no respondían la realidad cayó sobre mí, como una pesada losa.
Se había muerto, me había dejado sola.
Me derrumbé junto a él, y me encogí, en el suelo.
La tormenta había cesado, el único ruido que se escuchaba era el de mi llanto roto.
Irónicamente, los primeros rayos del sol, entrando por mi ventana, anunciaban el comienzo de un nuevo día.
El primer amanecer sin Daniel, al que seguirían muchos más.”
Me froto el pelo angustiado mientras en la otra mano aguanto el vaso medio vacío con la aspirina, llevaba ya disuelta medio hora, el mismo tiempo que parecía que había sucedido todo. No lo olvidare en la vida.¿ Cómo voy a olvidarlo si eso me marcara para siempre?
Era un sábado por la tarde, sin un plan todavía decidido para ese día tan deseado por cualquier joven, me senté delante del ordenador a pensar. Mi padre iba a salir a recoger a mi Ana. Llevaba ya dos años con ella...era única para mi, morena tan hermosísima. Estaba deseando irme a vivir con ella. Ya llevábamos un mes sin vernos. ¡Odiaba esos dichosos viajes de estudio de su carrera! La última vez que hablé con ella estaba en Florencia. Me conto que me traería una foto del David de Miguel Ángel, ella sabe que fascinaba esa escultura.
Obviamente no iba a quedarme solo en casa, haciendo aquel aburrido trabajo de Shakespeare que tenía que entregar dentro de una semana, y le prometí a mi padre que haría sin falta, pero llevaba ya tres semanas sin parar de estudiar además, nadie malgasta un día así en eso. Entonces, decidí llamar a Raúl, que eufóricamente, me cogió el teléfono. ¿Tanto hacía que no iba con mis amigos? Vaya, tal vez no me viene tan mal un descanso de mi querida.
Después de decidir, fui a Sevilla . Se comentaba en televisión que abría una fiesta, y la verdad, hacía tiempo que no me daba un capricho ni me ponía ebrio. Cuando llegue allí todo fue muy rápido, una detrás de otra, invitaciones de los amigos, bailes… ¡Hacía tanto que no hacía esto! Tenía que decírselo a Ana, había que venir aquí más veces.
Mire desorientado la hora de mi reloj, ¡Las 12 de la noche! ¡De aquí a Cádiz había aproximadamente una hora y media! Fue a despedirme de mis Raúl y demás, era consciente que en cuanto les dijera adiós no pararían de decirme que durmiera en alguna de sus casas. Efectivamente no dejaron de repetirme que iba muy ebrio y era mejor esperarme a mañana, pero ellos no lo entendían.
A pesar de sus suplicas, abrí mi viejo volvo negro y lo puse en marcha. Me despedí con un leve movimiento de mano de todos ellos. En unos cuantos minutos ya estaba adentro de la autopista A-4. Pisé un poco más el acelerador, por unos cuantos kilómetros más no creo que importara, a esas horas no había mucha gente circulando.
Mire el cuentakilómetros y cambié la palanca de marcha, ya por inercia. Pero empecé a parpadear a causa del sueño, que me iba invadiendo. Escuche un pito muy penetrante y que me llego hasta el último rincón de mi cuerpo, y mi última visión fue la de un Audi rojo, tenía pinta de ser nuevo, era igual que el que yo quería por mi cumpleaños. Hacía muy buen clima dentro de mi coche, y cerré los ojos, solo un poco, para poder seguir mas tarde.
Me despertó un zarandeo en la cabeza, suave pero impaciente. Abrí lentamente los ojos, me costaba, pero divisé tres siluetas al lado mía iban de amarillo y negro, un amarillo reflectante, ¿eran del SAMUR? Me pregunté. Efectivamente, tenía un collarín puesto y puntos en la mandíbula, me estrelle, miré hacia la derecha y vi mi coche aplastado por el frontal, hecho pedazos. Mi padre me iba a matar, pensé..Y entonces vi el coche rojo pocos metros más adelante aun mas destrozado que el mío. ¿Qué paso con las personas, están bien? No paraba de preguntarle a aquel chico rubio que no hacía más que volver a tumbarme. Me resistí y con muchos esfuerzos me puse en pie.
Mi última imagen fue la de Ana en una camilla en sus últimas bocanadas de aire mientras la reanimaban y a una chica pelirroja cerrando la cremallera de una bolsa donde estaba mi padre.
No podía creérmelo, ese coche destrozado rojo era mi regalo de cumpleaños, había matado a mi padre y a mi novia. Y todo por ser un impaciente.
Todavía sentado en el tanatorio no soy capaz de creérmelo. Si solo hubiera sido un poco más comprensivo… que noche más insensata, vaya coincidencia
SOMBRAS Y PENUMBRAS
¡Era tan mono e inocente!¡Y pensar que todo empezó aquel día en clase!Loren era un alumno nuevo de mi clase de bachiller. Tenía unos ojos verdes, Medía uno ochenta aproximadamente, su pelo era negro, tez ligeramente pálida aunque ese día sus mejillas parecían rosadas de su timidez, una criatura, sin duda, preciosa. Su paso era nervioso y desigual, resultaba gracioso ver lo tímido que era y como intentaba centrar su perdida mirada en el suelo.
-Este es vuestro nuevo compañero. Loren, toma asiento al lado de Amy- dijo José, nuestro tutor, un hombre algo avejentado, señalando el pupitre que quedaba vacío a mi izquierda.
Admito que tanto mi aspecto como mi actitud eran un tanto estrafalarios y siniestros. . Mis compañeros dicen que soy una chica ¿Gótica? Me río ante la idea tan descabellada que tienen de mí. ¡Ni se les pasa por la cabeza lo que verdaderamente soy! No soy muy sociable pero en fin tampoco es para tenerme miedo dejarme marginada en el fondo de la clase en la zona donde da la sombra.
Me sobresalté al oír su voz saludándome con un “Buenos días Amy” Su tono era tan... no lo sé… tan especial...distinta a la de los demás .Igual que su sangre.
¡UPS! se me olvido comentar que yo… ¿soy vampira?
Pasó el tiempo y Loren y yo nos hicimos inseparables, siempre unidos, aunque tuvo que sacrificar el no relacionarse con los demás, a el no le importaba y decía que yo le llenaba tanto como todos ellos juntos o más. Para ser sincera creo que, mejor dicho, admito que estaba empezando a enamorarme de él. Aunque, cada día tenía más ganas de beber su sangre, lo quería pero mis instintos eran crueles. Hasta que un día hice lo inesperado. Mi sed pudo controlarme y un día lo hice llamar para que viniera a una habitación abandonada del centro. El inepto llevado por su corazón vino y me dispuse a quitarle la vida.
Aún puedo recordar cuando veía como poco a poco se estremecía con un paso irregular hacía atrás .Hasta que se chocó contra la pared. Con un sudor frío me miraba con esos ojos en los que sobresalía el miedo. Era tan tierno y frágil que me salía esa risa perversa que tanto le gustaba. Me acercaba lentamente mientras veía sus ojos posados en mi silueta aun más tenebrosa por la pálida luz de la luna a la vez que sus ojos se hacían más profundos con ella. Si hubiera que expresar como me podía sentir esa noche me faltan palabras pero basta con decir que ni yo misma me lo creía. Pase de sentirme insegura y frágil a sentirme llena de confianza conmigo misma. El deseo que yo sentía por besar sus carnosos y preciosos labios color rojo era el mismo que tenia para que su sangre pasara por mi garganta
Lo tenía prohibido, no podía hacerlo. Aún así me acerque más y más a él.
Me posé como una mariposa se posa en la flor delante suya, volviendo a comprobar que sentía miedo y que se le notaba nervioso y claustrofóbico en una habitación cerrada con pestillo , su peligro era más intenso cuando se daba cuenta que se encontraba encerrado conmigo. Pose mi dedo pulgar muy suavemente por su labio inferior de comisura a comisura viendo que a cada paso que yo daba su cuerpo más temblaba. Era tan fuerte pero no se movía, era débil frente a mi presencia. Sus brazos no se movían para apartarme, su cuerpo no se estremecía para irse, era tan débil como una pluma en plena ventisca.
Le agarré bruscamente de la camiseta acercándolo a mi y roce mis labios con los suyos, tan bonitos…tan carnosos…tan rojos...sus labios calientes estaban tan quietos tan inertes pero no me importaba.
Acerqué mis labios a su oreja y le susurré: “Te advertí que dudaba aguantar semejante deseo” Acto seguido lo solté me di la vuelta abrí la puerta le eché una última mirada comprobando como yacía, quieto, pensativo y mirándome fijamente.
Le solté una sonrisa y desaparecí tras las sombras. No tuve valor para matarlo a pesar de
que mi sed era infinita, pero lo amaba demasiado. Y como todas las noches a altas horas me volví a encontrar aquí sentada, en la cornisa de la ventana, en el exterior de sus aposentos, apreciando su silueta, que estaba dando vueltas dulcemente en su cama, enredado entre sus sábanas blancas, tenues a la luz de la luna que hace palidecer aún mas su rostro rosado. Los cabellos se me enredan en mi rostro involuntariamente, gracias a la dulce brisa de la noche despejada. Mis ojos negros cual pozo sin fondo le miran y miran a ese muchacho, ese muchacho para quien mis noches las paso en su ventana lejos de la sociedad, y mis músculos se estremecen con solo ver esa silueta enredada entre sus . sábanas.
No pude aguantar.
Abrí la ventana dejando que la brisa entrara y limpiara la habitación con su aire frío. Fue divertido verlo tiritar unos cuantos segundos y arroparse así mismo, sin que su inocentemente pudiera percatarse de mi presencia agazapada en un rincón y de lo que
sucesivamente iba a pasar. Me acerqué sigilosamente al lateral de la cama en el que se
encontraba mi víctima mi hermosa y suculenta víctima. Estaba dormido profundamente,
tan tierno…tan inocente…¡era el momento!
Clavé mis blancos y afilados colmillos en su suave y aterciopelado cuello succionándole
toda la sangre de su cuerpo, su sangre, su hermosa sangre hasta dejarlo pálido como la
nieve, me retiré de su cuello y por mis comisuras caía dos hilos de sangre color carmín
y mis ojos estaban dorados, saciados de placer, así que lo envolví en las sábanas y la luz del amanecer sería resultaría ser la primera testigo de esta atroz y dulce masacre.
Salté por la ventana y desaparecí entre las sombras y penumbras del edificio…